jueves, 7 de enero de 2010

Crece el número de aspirantes a policía y guardia civil que borran sus tatuajes

No existe nada eterno. No hay ni delfín, ni símbolo tribal, ni siquiera «amor de madre» que dure para siempre. La tecnología es ahora capaz de arrasar con aquello que una vez consideramos perenne y eliminar lo que, por distintas razones, se ha convertido en un amargo recordatorio sobre nuestra piel. Las clínicas especializadas en la eliminación de tatuajes son testigos de cómo son cada vez más los arrepentidos. Y entre ellos, aquellos que, dejando atrás el momento de locura, se enfrentan a una realidad que no admite ciertas expresiones artísticas.

Según explica José María Ricart, dermatólogo del Instituto Valenciano de Dermatología Láser y Cosmética Dermatológica, son cada vez más los jóvenes, entre los 20 y 35 años, que optan por borrar sus tatuajes. Y lo hacen por tres motivos principales, porque desean presentarse al Cuerpo Nacional de Policía o Guardia Civil -donde no se permite llevarlos a la vista-, los que años después de tatuar su piel ven cómo ha cambiado la filosofía de vida que querían expresar con él, o los que lo hicieron por un amor que ya no es, «de modo que el tatuaje con el nombre de la ex pareja ya no tiene mucho sentido».

Las visitas a este tipo de clínicas son cada vez más frecuentes, debido, según apunta el experto, a que existe una mayor información. No obstante, aún persisten ciertos malentendidos, como el que a una mujer con un tatuaje en la región lumbar no se le puede administrar anestesia epidural. El que tendrá la última palabra será el anestesista, que en más de una ocasión ha pedido consejo al doctor Ricart. Con todo, si la mujer opta por la eliminación del tatuaje en esa parte de su cuerpo, el debate se cierra.

En cuanto a la dificultad de eliminar el dibujo, ésta dependerá de factores como el tiempo -los que se realizaron hace años suelen ser más fáciles de eliminar ya que han ido perdiendo pigmento-quién lo realizó -los principiantes depositan los colores a profundidades distintas, lo que dificulta la eliminación- o el tipo de pigmento en sí -el negro es el que mejor responde al tratamiento, mientras que el amarillo o el marrón son muy difíciles de eliminar- .

Un año para borrar las huellas

No hay prisas que valgan. Eliminar un tatuaje lleva su tiempo, concretamente un año, ya que entre cada sesión deben transcurrir al menos un par de meses y se requieren no menos de cinco visitas. La técnica se realiza mediante un láser que libera la energía en un período de nanosegundos. La longitud de onda del láser tiene afinidad especial por el color del tatuaje y, al encontrarse con éste, las partículas de pigmento se rompen en micropartículas. Los macrófagos -células de defensa del organismo- se comen dichas micropartículas y las eliminan. El dolor depende de las características de cada paciente.

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