domingo, 23 de noviembre de 2008

Controles de madrugada


La documentación ...? , ¿la documentación? Esta mañana, en el trabajo, se me cayó la cartera ... y tiraron hormigón encima... Mano, te juro que yo no te miento, no te miento...»


Son las 00:40 horas de la madrugada del sábado 15 de noviembre y estamos en algún punto del Paseo de San José, en la capital grancanaria. Esto es un DEC -dispositivo estático de control-, de la Unidad de Prevención y Reacción de la Policía, un grupo especializado de la Brigada Provincial de Seguridad Ciudadana. El de la documentación perdida es el conductor de un utilitario de color blanco y tanto él como su acompañante llevan una trompa de campeonato.


Por toda documentación, el conductor muestra una tarjeta sanitaria que además dice que pertenece a su hermano. Le advierten: ‘mira que si se descubre que mientes, cometes un delito de usurpación de personalidad’. Da un nombre y un número de DNI, pero no coinciden. A la furgoneta y a la comisaría. A priori, ha cometido dos delitos: el de conducir absolutamente borracho y el de usurpar la personalidad de otra persona.


La noche ha comenzado unas horas antes para los 13 funcionarios responsables del turno de hoy en una sala de reuniones de la Jefatura Superior de Policía de Canarias, en el briefing. Alguien bromea que quizás el inspector debió terminar la reunión con la frase : «Tengan cuidado ahí fuera...», como hacían en la comisaría televisiva del capitán Furillo.


Tres de los asistentes a la reunión -dos hombres y una mujer- visten de paisano. Esta noche su misión consiste en infiltrarse en un lugar donde se sospecha que se trafica con drogas, según han denunciado los vecinos. Deben asegurarse de que es así antes de avisar al resto de la Unidad para que intervenga. Cada cierto tiempo a alguno de los 30 integrantes de este grupo especializado de policías le toca un servicio de paisano. Por eso, en este reportaje no se incluyen ni nombres ni caras. El anonimato es fundamental para el éxito de su trabajo y también para su seguridad en algunas ocasiones.


Precisamente este viernes, la Jefatura Superior de Policía de Canarias informó en un comunicado de prensa de la detención de cinco personas por supuesto tráfico de cocaína en un local de Las Canteras. Fue un trabajo de la UPR. Volvemos al viernes 15 de noviembre. La jornada empieza para la mayor parte del equipo, los uniformados, en la entrada del barrio de La Paterna.


Dos motos y varios vehículos de cuatro ruedas montan el DEC. El procedimiento es sencillo: se para al vehículo elegido, se pide la documentación a sus ocupantes, se comprueba si alguno tiene asuntos pendientes mediante una llamada a la Jefatura y se registra el coche. Si no hay nada, se les deja ir. La elección de a quién se para no se hace al tuntún. Hay un trabajo previo de información.


Los controles no pueden durar más de 30 o 35 minutos. Pasado este tiempo, se hacen inútiles porque los posibles delincuentes están ya más que avisados. Cuando la unidad está a punto de desmantelar el control, a las 23:46 horas del viernes, salta un código 8: el individuo que han identificado está reclamado por la Interpol. El delito, lo desconocen. Sólo saben que tienen que entregarlo en comisaría. Se realiza la detención que ha sido posible gracias a que uno de los policías lo ha reconocido, y a otra cosa. Aún quedan muchas horas de trabajo.


El recuerdo a Furillo sugiere una pregunta: ¿Qué piensan los policías de las series de policías? «Que no tiene nada que ver con la realidad, en el día a día de un policía normal no hay tantas vicisitudes».


Tras La Paterna se produce el incidente en el Paseo de San José, con los dos individuos borrachos. Uno es el conductor del utilitario que finalmente fue detenido. Mientras, en otro barrio de la capital grancanaria inmersa en la noche de viernes, tres policías de paisano intentan contactar sin éxito con la vecina que iba a identificar al camello del barrio. «No suele pasar; la colaboración de los vecinos suele ser total, hay veces que hasta nos prestan sus casas o sus locales para facilitarnos el trabajo». Pero no esta noche.


La siguiente tarea para la UPR está camino del barrio de Pedro Hidalgo. En una parada de guagua con marquesina, hay una pandilla de jóvenes que deben estar en torno a la veintena. La mayoría son varones, pero hay también dos chicas muy jóvenes, vestidas para triunfar.


En la repisita que hay tras los asientos, destaca una botella de ron de Telde vacía y medio metida en una bolsa de supermercado. Como a medio vestir. Por el suelo, vasos de tubo de plástico usados, latas de cerveza y alguna colilla de porro. Todo un fiestón sin necesidad de coger la guagua. Bastó con la parada.


Son las 01:57 horas del sábado. A los jóvenes se les incauta dos papelinas de coca y se busca por si hay más escondida en las cercanías. «Chacho», le dice uno de los jóvenes a otro, «no puedes decir nada, porque (los policías) están haciendo su trabajo, hermano».


Son seis muchachos y dos niñas. La identificación se prolonga más de la cuenta porque hay que esperar a una mujer policía para que cachee a las jovencitas, y mientras, entre ellos compiten a ver quién es el más chulo. Una de las niñas sale del trámite fumando con mucha alharaca. No hay nada de qué avergonzarse.


El proceso de identificación de la pandilla no ha concluido cuando se unen a la fiesta una pareja bastante más madura, pero igual de borracha. En un momento el foco de atención pasa de los jóvenes, a los que se ha dejado marchar, a la pareja. Ella se resiste al cacheo: «Conozco mis derechos», grita con mucho aspaviento.


No sin resistencia, acompaña a la policía a una furgoneta para el registro. Pero justo antes de entrar en el vehículo anuncia : «Me da, me da...» Le dio. Se puso nerviosísima, empezó a hiperventilar y por unos minutos parecía que le iba a dar un soponcio. Los funcionarios intentaron tranquilizarla pero ella cada vez pataleaba más. Su pareja no quiso que llamaran a una ambulancia, la metió en su coche y parece que entre dientes le oyeron rumiar no sé qué sobre lo malo que es mezclar los tranquilizantes con el alcohol ...


A pesar que son las 02:32 horas de la madrugada, el pataleo de la mujer es seguido con gran interés por algunos vecinos desde la calle y alguno que se asoma a la ventana. Además, en la otra esquina de la plaza un grupo de jóvenes que hasta entonces habían pasado desapercibidos empiezan una pelea a puñetazos. Dos ruedan por el suelo. Miembros de la UPR corren a separarlos. Y cuando la calma parece haber vuelto a la plaza, el dueño del único bar de la calle se acerca: «Oiga, quiero que quede constancia de que el bar cierra a su hora».


Llegan malas noticias de los policías que esta noche trabajan de paisano. El contacto no se presenta, así que hay que abandonar por hoy. Los uniformados se dirigen a Molino de Viento, una calle bastante animado a estas horas. Las prostitutas se asoman a la puerta de las casas y también hay bastantes hombres deambulando por la zona. Una señora que ha decidido fregar su trozo de acera a pesar de que pasan de las tres de la madrugada, avisa a gritos que hay un hombre orinando sobre el coche policial.


La Unidad se apresura a identificarlo y le pide que vacíe los bolsillos. Asegura que es comandante de marina. Lleva cuatro viagras en el bolsillo. También lleva receta.

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